martes, 5 de mayo de 2020

"Las diminutas cadenas de los hábitos son generalmente demasiado pequeñas para sentirlas, hasta que llegan a ser demasiado fuertes para romperlas".

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"Las diminutas cadenas de los hábitos son generalmente demasiado pequeñas para sentirlas, hasta que llegan a ser demasiado fuertes para romperlas".

Samuel Johnson

A los pocos días de iniciarse el confinamiento, en casa se estropeó una de las puertas de la cocina (la que conduce al pasillo, que a su vez permite acceder a baños, dormitorios, despacho y biblioteca), lo que nos obligaba a dar un rodeo por el salón-comedor para desplazarnos a cualquier habitación. El profesional que habitualmente se encarga de remendar los desperfectos de nuestra vivienda (quien suscribe estas líneas es todo lo contrario de un "manitas"), se acababa de romper un brazo y no nos podía ayudar, de modo que sobrellevamos esta "pequeña" molestia con resignación cristiana.

La fuerza del hábito al principio me condenaba a inconscientemente darme de bruces con la susodicha puerta estropeada cada vez que intentaba salir de la cocina. Tardé unos cuantos días en acostumbrarme a evitar esa salida y ya, tan solo, muy de vez en cuando, como siempre absorto en mis cosas, me encontraba, lerdo de mi, girando inútilmente el pomo averiado.

Hasta el pasado lunes, y gracias a la sabia intervención de mi maravillosa esposa, no logramos que un operario del seguro nos resolviera el problema. Y ahora viene lo curioso: sigo pasando por el salón-comedor cada vez que quiero acceder a la cocina y viceversa. ¡Han bastado cinco semanas para crear un nuevo hábito!

Los hábitos y nuestra segunda naturaleza

"Sucede con los hábitos arraigados que siguen en pie aun después de haber desaparecido las necesidades que los formaron".

Etienne B. Condillac

Busco en google la palabra "hábito", y aparece una interesante polisemia:

  1. Práctica habitual de una persona, animal o colectividad.
  2. Traje que visten los miembros de una orden religiosa.

Les ruego que no olviden esta segunda acepción que identifica hábito con indumentaria.

Lo que percibimos como nuestra personalidad se subdivide, en realidad, en dos componentes: el temperamento (la "primera naturaleza") y el carácter (la "segunda naturaleza"), que supone, según recientes investigaciones, al menos el 60% de nuestra manera de ser. Mientras que el primero es genéticamente heredado y, en gran parte, inmutable, el segundo es aprendido y, en consecuencia, susceptible de desaprenderse.

El padre de la psicología, William James (1842-1910) afirmaba que "Toda nuestra vida, en cuanto a su forma definida, no es más que un conjunto de hábitos". Se equivocaba James en la exageración: toda no, tan solo el 60%. Pero acertaba en el diagnóstico: el carácter que, puede entenderse como nuestra segunda piel (o si se me permite, el traje que reviste la desnudez de nuestro temperamento), está constituido por nuestras rutinas inconscientes aprendidas a partir de reiteradas sugestiones y actos repetidos, en general de forma acrítica, una infinidad de veces. El sagaz pensador griego Aristóteles (385 aC-323 aC) ya se había percatado de ello cuando afirmó que "Somos lo que reiteradamente hacemos."

Como explica, Charles Duhigg, en su excelente y muy recomendable libro El poder de los hábitos (Urano, 2012), el hecho de que gran parte de nuestra personalidad no sea inmutable es una magnífica noticia: basta sustituir aquellos hábitos que nos alejan de la excelencia (mediante un entrenamiento elegido y bien dirigido), por, parafraseando a Stephen Covey, "los hábitos de la gente altamente efectiva", para poder transformar y, por supuesto, mejorar, nuestra manera de ser.

Sin embargo, "el poder de los hábitos" también y, en gran medida, puede jugar en nuestra contra, dada su enorme fuerza gravitatoria: no es para nada simple cambiar un hábito ineficaz por otro más efectivo, porque una vez adquirido, máxime si no somos conscientes de ello, se resiste con uñas y dientes a ser sustituido. De ahí que reinventarse devenga tan factible como complicado.

Basta pensar, en cómo de incómodo se nos hace el confinamiento, que nos ha obligado a alterar tantas y tantas de nuestras costumbres, muchas de las cuales nos pasaban absolutamente desapercibidas. Sin embargo, a la fuerza ahorcan, hemos sustituido unas rutinas por otras, y nos hemos percatado que vivir de otra manera también es posible.

¿Cómo nos afectará el cambo de hábitos acaecido durante el confinamiento?

"Los hábitos son una segunda naturaleza que destruye a la primera".

Blaise Pascal

Justo cuando se inició el confinamiento el periódico Regió 7, en el que colaboro habitualmente en una sección titulada "Aula d'Economia i Empresa", me encargó un artículo en el que se me solicitaba vaticinar cómo cambiaría el mundo después de la pandemia Covid-19.

Me excusé sobre los resultados de mi predicción con un chiste propio de mi gremio: "Los economistas invertimos cinco años para elaborar una teoría, y cinco años más en justificar porqué no se ha cumplido", lo que nos conmina a entender que no somos meteorólogos, sino a lo sumo médicos: nos proclamamos incapaces de saber de antemano lo que sucederá ,y únicamente podemos aspirar a(todavía está por ver que lo consigamos), curar (o siendo más modestos, corregir), los efectos negativos de lo sucedido.

Me tiré a la piscina, aun temiendo que no hubiera agua. titule el artículo El Coronavirus: una oportunidad y vaticiné que al menos se producirían dos transformaciones sociales dignas de ser consideradas: una vuelta a informarse a través de fuentes oficiales o altamente reconocidas, evitando hacerlo como hasta ahora a partir de lo publicado en redes sociales; y el descubrimiento por parte de mucha gente de las bondades del teletrabajo, las reuniones mediante videoconferencia, o de la formación on line, lo que supondría un inmenso ahorro de recursos, que redundaría en convertir nuestro mundo en ecológicamente más sostenible.

No es oro todo lo que reluce. Cuando termine el confinamiento habrá que hacer balance. Quien más quien habrá descubierto también los inconvenientes del teletrabajo, las videoconferencias o de la formación on line, y aquellos que defienden "alegremente" (aunque armados de toda la razón del mundo), apostar por revertir de forma drástica el cambio climático, se habrán percatado que la indudable disminución de la contaminación que ha supuesto "quedarnos en casa" y reducir a mínimos la actividad económica, se paga con un trágico aumento del paro y una disminución de la riqueza que destruye la sociedad del bienestar.

Sin embargo, la finalidad de mi reflexión en este post se dirige por otros derroteros. Me preocupa el impacto social y económico de la eventual consolidación de los nuevos hábitos adquiridos durante el confinamiento y el profundo cambio que van a suponer. Basta darse cuenta, de en qué medida han cambiado ya nuestros hábitos de consumo. En Amazon, sin ir más lejos, se frotan las manos.

Quien suscribe estas líneas, un agnóstico digital confeso, ha descubierto App muy útiles a las que, de no ser por la actual coyuntura, no habría prestado la más mínima atención. Y si las librerías siguen cerradas, ¿cuánto tardaré en acostumbrarme a adquirir y a leer e-books?

¿Cuántas personas se habrán acostumbrado para siempre, en este mismo sentido, a comprar la mayoría de los productos en comercios on line, en lugar de hacerlo en sus tiendas de barrio habituales?

¿Cuánto tardaremos en acudir a restaurantes sin sentir cierta aversión? ¿Conseguiremos relacionarnos de forma afectuosa con los demás sin identificarlos con posibles portadores de todo tipo de virus? ¿Cuánto tiempo será necesario para que recuperemos la confianza, condición sine qua non de las relaciones empresariales?

Si la retransmisión de acontecimientos deportivos a puerta cerrada se hace norma durante un largo período de tiempo y nos acostumbramos a verlos por televisión. con realizaciones cada vez más espectaculares, ¿nos sabrá a poco volver a contemplar en vivo y en directo?

¿Y qué sucederá con la cultura? ¿Nos habremos habituado a consumirla definitivamente de forma gratuita gracias a Internet? ¿Sentiremos reparos de acudir a salas cinematográficas a ver los estrenos? ¿Nos adaptaremos a gozar del teatro, la danza, la Ópera o todo tipo de conciertos codo con codo e incluso hacinados en recintos que se nos antojarán insalubres?

No desestimemos el poder de los hábitos y su enorme fuerza transformadora para lo bueno y, desgraciadamente, también para lo malo, o de lo contrario el cambio nos pillará,una vez más, desprevenidos.


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