sábado, 18 de abril de 2020

"Donde no hay esperanza, debemos inventarla".Albert Camus

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"Donde no hay esperanza, debemos inventarla".

Albert Camus

Releer es releerse. Y si han pasado un montón de años desde la primera lectura, pongamos por ejemplo cuarenta y cinco, comporta enfrentarse a las arrugas de la propia alma y a nuestra mirada cada vez más cansada y descreída, porque nuestros ojos no sirven para ver sino para vernos.

Suelo decirles a mis alumnos que la hoja en la que responden un examen, en realidad es un espejo. Mientras lo rellenan, refleja lo que han aprendido, pero cuando el profesor lo corrige, refleja lo que ha sido capaz de transmitir y motivarlos. Por ello, evaluar pruebas manuscritas (con la mayor humildad posible) es una magnífica oportunidad para mejorar, curso tras curso, la docencia.

Con la literatura, sucede algo muy similar (Sugli specchi e altri saggi, Umberto Eco, 1985) en el momento de la escritura refleja al autor, pero una vez en nuestras manos la novela inevitablemente nos refleja a nosotros, de modo que no leemos el mismo libro a los 15 años que a los 60. Nos parece una obra distinta porque somos nosotros quienes hemos cambiado. Eso es, en gran parte, lo que concede vigencia y una inexplicable actualidad a textos antiguos: nos resulta muy difícil no contextualizarlos y encontrales referentes en nuestra propia realidad. James Joyce, en El retrato del artista adolescente (1916) lo ejemplifica muy bien con una simple palabra: "madre". Imposible zafarse de sus personales e intransferibles significados emocionales. En cada mente, en la de quien la escribe y en la de quien la lee, el vocablo de marras despliega paisajes sentimentales sin duda con connotaciones muy distintas y, según como, irreconciliables.

Si no me creen, les propongo un juego, piensen en una palabra, que no sea un neologismo, y que estén convencidos de haber escuchado y comprendido hace poco tiempo. Relean una novela al azar que años atrás les conmoviera. Con toda probabilidad ¡la encontrarán! ¿Cómo pudo pasarles desapercibida entonces? Porque aquello que nuestra mente no reconoce suele desestimarse.

Literatura del 'absurdo' en tiempos de pandemia

"Siempre he creído que si bien el hombre esperanzado en la condición humana es un loco, el que desespera de los acontecimientos es un cobarde".

Albert Camus

A falta de novedades editoriales (mi experiencia con los e-books no es para nada gratificante), esta semana rebusqué, entre los 5.000 libros de mi abrumadora biblioteca, los aproximadamente 2.000 que todavía no he leído, y caí en la cuenta del por qué no lo he hecho: no me interesan lo suficiente.

Escuché por la radio (soy un radioyente militante y estos día de confinamiento mucho más) que una novela, La peste (1947), por razones obvias se ha vuelto a poner de moda. Quien suscribe estas líneas la había leído en plena adolescencia, cuando de la mano de un tutor jesuita (el hermano Nacho Velasco) me interesé por el existencialismo. Leí con profusión novelas del 'absurdo' como La náusea de Jean Paul Sartre, Die Verwandlung (que en castellano debiera haberse traducido como "La transformación" y no como "La metamorfosis") , El proceso El castillo de Franz Kafka y las obras completas de Albert Camus, entre las que se erigían con luz propia l'étrange (inexplicablemente traducida en español como "El extranjero" cuando, como es sabido, significa "El extraño") y su obra más reeditada: La peste.

La peste está ambientada en Orán y narra como una epidemia sobrevenida causa centenares de muertes a diario. La propagación imparable de la enfermedad empujará a las autoridades a imponer el estricto aislamiento de la localidad, por aquel entonces una ciudad chispeante de vida. Sus habitantes exhibían hasta ese trágico momento un agudo individualismo premonitor de las actuales poblaciones occidentales. Acumular bienes resumía el sentido de su existencia, lo que deviene un claro precursor de nuestra sociedad de consumo.

Hoy me percato (a los 15 años uno tiene la sensación de que la juventud no terminará nunca) que Camus, con la excusa de la epidemia, reflexiona sobre el paso del tiempo, el barro del que estamos diseñados. El confinamiento nos aleja de nuestra cotidianidad frenética, y nos permite "sentirlo en toda su lentitud". Sin embargo, no deberíamos permitir que la ansiedad nos conminara a percibir esa lentitud como una auténtica parálisis, como si la vida se hubiera detenido de golpe.

En este sentido, no entiendo, a aquellos que se animan proclamando que cada día que pasa es un día menos. Para mí, al menos a corto plazo, es un día más. Una jornada de veinticuatro horas que me brinda la oportunidad de saborear el tiempo que, por ejemplo, paso al lado de mis seres queridos, a los que puedo disfrutar como nunca. Leo, escribo, reflexiono, teletrabajo, los días soleados almuerzo paella en mi jardín, y los lluviosos mi esposa, y yo, al finalizar nuestras obligaciones profesionales, acurrucados en el sofá, vemos en el televisor nuestras series preferidas o aquella película que tanto nos emocionó (o no hizo reír) antaño...

Como comenté en un anterior post, a propósito del excelente libro de Gaspar Hernàndez, La llibertat interior, (https://www.linkedin.com/pulse/la-libertad-interior-tiempos-de-confinamiento-dr-joaquim-valls/), el confinamiento forzado no tiene por qué coartarnos la Libertad en mayúsculas. No debemos olvidar que "el tiempo perdido" es irrecuperable, porque, en efecto, cada día que pasa sí es un día menos de los que nos quedan por vivir. No le concedamos al maldito virus, parafraseando a Joaquín Sabina, que nos robe el mes de abril.

Seres para la muerte

"La vida no tiene sentido, pero vale la pena vivir, siempre que reconozcas que no tiene sentido".

Albert Camus

La posibilidad de enfermar, que representa una epidemia, y, no digamos, la expectativa trágica de la eventual muerte, nuestra o de nuestros seres queridos, nos interpelan y nos obligan a meditar sobre temas que quien más quien menos evita o posterga. Camus estaba convencido que Dios no existía y opinaba que la fe en el más allá es una muestra de nuestra humana impotencia. Sin embargo, intuyó que el escepticismo lejos de tornarnos libres, nos convertía en seres desamparados.

La figura del doctor Rieux, protagonista de La peste, me impresionó hace casi medio siglo, y si cabe me impresiona todavía más hoy en día, a la vista de la indudable heroicidad de nuestro personal sanitario. Rieux lucha denodadamente por curar a unos enfermos que la peste ha condenado a morir de forma ineludible. Orán se erige así en una metáfora de nuestro mundo finito, en el que todos los seres humanos nacemos condenados a morir, y a la medicina en una alegoría de la lucha agónica e inútil, a largo plazo, por la supervivencia.

Mi padre, quien superó dos cánceres, a sus 90 noventa años no había perdido su eterno sentido del humor y bromeaba sobre que ya sabía de qué enfermedad moriría "¿Cuál, papá?" le pregunté un día: "¡De la última, hijo!" respondió con sorna.

Me resulta inevitable pensar en él, al ver como los sanitarios despiden entre aplausos a una mujer centenaria que ha sobrevivido a su penúltimo incidente de salud: la Covid-19. Y viene a mi memoria una anécdota que siempre él me contaba sobre Sócrates, cuando poco antes de ir a ser ejecutado, le interpelaron diciéndole: "Sócrates, ¡te condenan a morir!", a lo que, al parecer, el filósofo ateniense maestro de Platón, contestó: "A ellos les condena la naturaleza".

Y, en efecto, por mucho que nos aferremos a la vida, al menos, hoy por hoy, la amortalidad es solo una utopía, o si se quiere un anhelo 'absurdo' que causa más frustración que esperanza.

Estos días nos consolamos con expresiones del tipo "desescalado" o "desconfinamiento", y cuanto más pienso en ello, más crece dentro de mí un sentimiento de extrañeza, al reflexionar sobre el inevitable distanciamiento social. Hasta que no haya una vacuna realmente efectiva, nos advierten, deberemos mantener distancias de al menos un metro y medio con nuestros semejantes, so pena de contagiarnos. y correr el riesgo de perder la vida.

Entreveo en ello, insisto, el objetivo tan propiamente humano de la inmortalidad que nos persigue desde que nuestra desarrollada inteligencia nos condenó a la autoconsciencia.

Cuando se analicen en porcentaje, gracias a la universalidad de los test (y no como se hace en estos momentos en términos absolutos y con la no contabilización de los innumerables pacientes asintomáticos, o de los que has pasado la enfermedad de forma leve y anónima), se verá, espero y deseo, que la letalidad de este coronavirus es muy inferior a lo que las cifras oficiales reflejan ahora (tal vez, incluso solo algo superior a la de una gripe común), y que el auténtico problema de esta epidemia es su rapidísima transmisibilidad, lo que estresa de manera inusual e insoportable los sistemas sanitarios.

Cuando empecemos a desescalar el confinamiento no debemos permitir que el miedo a contagiarnos se convierta en una neurosis. Desde luego, debemos apostar por la detección precoz del contagio, gracias a los citados test; por tratar enseguida a los pacientes con medicamentos que reduzcan la carga vírica (disminuyendo la probabilidad de desarrollar una neumonía); por estrategias que posibiliten la localización, eventual cuarentena, y uso de remedios preventivos de sus sufridos contactos; y, por supuesto, por medidas profilácticas. Estén atentos, en este sentido, a partir del próximo lunes a la anunciada rueda de prensa de los doctores Oriol Mitjà y Bonaventura Clotet, investigadores del hospital Germans Trias i Pujol, de cuyo actual trabajo ya hablé en un anterior post (https://www.linkedin.com/pulse/c%C3%B3mo-vencer-al-coronavirus-y-sus-consecuencias-econ%C3%B3micas-valls/.)

Sin embargo, debemos darnos cuenta de que el riesgo cero no existe, y tenemos que volver a aprender a vivir con ello. Poco a poco, será necesario recuperar la vida social, sin ver a los demás como eventuales enemigos contagiosos, de regresar a las aulas, a los patios de butacas, a los restaurantes, a la ansiada playa, a deshacernos de las incómodas mascarillas, etc.

Porque aunque, como el Dr. Rieux, debamos procurar por todos los medios poner el mayor número posible de años a la vida, no debemos olvidarnos, sobre todo, de ponerle el máximo porcentaje de vida a nuestros años.


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